Al cabo de cuatro años, en que cada día se aumentan más y más los males de la nación, es ya tiempo que escuchéis otra voz que la de los que han dirigido hasta aquí vuestras operaciones. Convencido de que no puede hacerse a la nación ya Vuestra Majestad un don tan apreciable como el de exponer sin disfraz alguno las verdaderas causas de tamaños desastres, me animo a elevar a vuestra real persona este escrito, en el cual, con el mayor respeto, aunque con toda la firmeza necesaria, procuraré manifestar las más principales. Un momento, señor, en que no tenga parte la corruptora influencia de los consejeros (que alterando los nombres de todas las cosas llaman pequeñas debilidades a los grandes crímenes y delitos atroces a las virtudes más patrióticas), bastará para que conozcáis la necesidad de remediarlos.