Un filósofo alienado atraviesa textualmente un museo, se imagina recorriendo su cabeza y mostrando los intentos de representar su límite, el lugar siempre móvil de entrelazamiento del saber con su afuera. Es un libro de filosofía personal. Se busca algo –¿el sentido?– a medida que se reflexiona sobre la escritura, la lectura, la teoría, el arte, la religión y la política. Se marca un perfil, ciertas sombras, algunos límites de la actividad filosófica y, desde allí, emerge la subjetividad. La filosofía que todo lo podía ver e iluminar, le abrió la puerta de la ficción. El Museo está compuesto como una narración filosófico-poética, con encadenamientos inesperados, de una profunda y hasta impaciente resignación. Es una búsqueda sin esperanza que culmina con la abolición de la palabra del autor. Es un experimento que fluye, una aventura combinatoria, una vidriera saturada, una tonalidad que la oscuridad va eclipsando, una parodia.